Y es que Lucy, como película, está llena de problemas. Algunos, he de reconocerlo, muy personales. El primero, y supongo el que muchos me discutirán, es que la trama de Lucy parte de una falacia como es que el ser humano sólo utiliza el 10% de su cerebro (enlazo a un artículo de la fantástica web de divulgación Naukas en las que aclaran el tema en relación con la película). Aquí muchos argumentaréis que no sea cenutrio, que se trata de ciencia ficción y que en la misma tampoco hay que ser tan exigente, pero es que Lucy enarbola en su trama la bandera de la ciencia en el personaje de Morgan Freeman, que teoriza sobre las consecuencias del aumento de la capacidad cerebral pero dando como verdad absoluta el hecho del uso inicial del 10%, lo cual, repitamos, es absolutamente falso. Así, durante la promoción de la película sus responsables también han presumido de haber estudiado las bases científicas de la trama y el marketing de la cinta ha sido basado por completo en el tema del porcentaje así que claro que esto supone un problema. Deberíamos quitarnos de la cabeza la idea de que el término “ciencia ficción” es un oxímoron, sino un complemento que debe equilibrar las partes para hacer más creíble a esa ficción. Partir de una premisa científica falsa y hacer de ella el símbolo de la película no ayuda en absoluto a Lucy, que se toma demasiado en serio a sí misma en ese aspecto y, a poco que uno entienda o sienta curiosidad por la ciencia, llega a resultar incluso ridículo. Repito para evitar susceptibilidades: entiendo que es una película y soy el primero en disfrutar de la suspensión de la incredulidad, pero siempre y cuando no se me esté intentando dar gato por liebre dándome ficción por ciencia y no al contrario.
Aclarado este problema pasemos a los siguientes, más graves si cabe a nivel de crítica. El más importante es que Lucy, desgraciadamente, no sabe qué película quiere ser. Digo desgraciadamente porque sí, es una cinta entretenida, espectacular hasta cierto punto, y como comentábamos al principio con un potencial innegable para su director, que suele manejar muy bien el ritmo y la acción. Pero llegados a un punto da la sensación de que no se sabe muy bien a dónde se quiere ir con Lucy y la película te lleva de un sitio a otro en continuos bandazos. A veces quiere ser Kill Bill, a veces Phenomenon y a veces 2001. Hay tiroteos, sangre y persecuciones trepidantes por las calles de París, pero también metafísica (de todo a cien, eso sí), viajes temporales y poderes sobrehumanos. Mézclese todo en una coctelera y obtendremos el batiburrillo que es al final Lucy. Una película que quiso ser varias y en lugar de decidirse optó por intentar ser todas ellas, es decir, la fórmula ideal del fracaso. Como ejemplo del mismo la conversación que tiene la nueva Lucy con su madre por teléfono mientras la operan sin anestesia, en un intento de acercarnos al personaje que funciona en un principio pero que es abortado por la sarta de insensateces new age que acaba diciendo el personaje. La madre, en este caso y poniéndonos metafóricos, sería el espectador, que no entiende nada de lo que le están intentando decir.
La propia Lucy como personaje y la actriz que se encarga de interpretarla, Scarlett Johansson, tienen también culpa del descalabro de la cinta. En los primeros veinte minutos Lucy es un personaje más que correcto, que se ve involucrada en una serie de escenas repletas de tensión y violencia y con la que el espectador puede sentir empatía. Pero desgraciadamente ese personaje desaparece en el momento que Lucy entra en contacto con la droga. A partir de ahí, no sabemos si por el personaje en sí o por la, reconozcámoslo, muy escasa capacidad interpretativa de Johansson, el personaje se convierte en una suerte de Terminator, con una interpretación completamente hierática de Johansson y la preocupante idea de que cuanta más capacidad cerebral (ejem) tiene uno, más le desaparece la emoción o el sentido del humor. Se ve que incluso para esto hay que tener talento, ya que hasta el bueno de Arnie aprendía lo que es la sonrisa interpretando a un robot del futuro, un claro ejemplo de que o generas empatía con el protagonista, aunque sea una piedra, o la película se te va al traste. Así que tenemos a Lucy, un personaje que lo siente todo, lo ve todo, lo puede todo y es aparentemente invulnerable (es decir, que nos despreocupamos por ella y su destino) deambulando por una cinta que no sabe a dónde va. De Morgan Freeman ni comento, porque pasaba por allí y lo pusieron a dar un discurso como si estuviera rodando otro programa de Through the Wormhole en piloto automático (programa de divulgación del que, recordemos, además de narrador es productor ejecutivo) así que se podría decir que la película utiliza a Morgan Freeman, su presencia y sus dotes de narrador para convencernos de que a) La película tiene unas sólidas bases científicas y b) La película es buena (lo que yo llamo el efecto Morgan Freeman –comillas a lo Austin Powers-, es decir, cualquier película en la que sale Morgan Freeman parece buena sólo con oírlo hablar –incluso más con su doblaje español, todo un portento-).
Pero no, dejemos a un lado el efecto Morgan Freeman y concluyamos que Lucy es una película fallida tanto en su propuesta como en su acabado, a medio camino de demasiadas lugares. Si sabes extraerle su parte de entretenimiento, que la tiene, te habrás llevado lo mejor de ella. Pero recuerda, cuando la película te pide que pienses, cómete una palomita e ignórala. Si lo consigues, habrás salido ganando.