demoledor descubrimiento audiófilo

pues que el otro día leo —no sin cierto relajo, digo— que el coste de un producto influye notablemente en el placer que nos depara, y no de forma subjetiva o paranoide, sino a la sustantiva, por derecho

unos americanos, creo, que han hecho pruebas con el mismo vino y cosas por el estilo, informando a los probadores de que el precio era indecente en unos casos, alto en otros, y demediado en el resto

interrogados los tipos por unos electrodos cerebrales y tal, de manera que la tasa de placer no pudiera ser fingida, resultó que a mayor precio mayor éxtasis, dándose igualmente el caso con el mismo producto y el mismo tipo en pruebas diferentes, de manera que el sobredicho tipo gozaba indubitablemente más cuando le decían que lo que probaba era más caro

o séase, que si va usted de putas querido colega forero, quienquiera que usted sea, haga por arrendar no ya puta placentera de senos ebúrneos y nalga prieta, si no puta cara, onerosa y pejiguera, que vendrá usted a verterse gustosamente, tan gustosamente como crecido sea el estipendio previamente acordado

vengo pues y en concluir alabando las tesis onanistas de demy, de manera que en esto del audio parece ser que cuanto más desmesurado sea el coste del parlante, mayor es el goce que nos depara, con independencia de si suena a castaña o a lata de atún reciclada, pues ha quedado claramente demostrado por los antedichos americanos que no es el relleno de la caja ni el ajuste del filtro ni mucho menos el acondicionamiento de la sala los principios actores que van a influir en nuestro grado de deleite, antes bien, únicamente el dinero invertido será el juez final de los bajos alcanzados y los agudos recibidos

dicho sea esto sin mayor ánimo de polémica que el que conviene al caso
hala, al lío nenazas que soy todos unas nenazas

propicios