No es la primera vez que vemos a personajes importantes morir de manera horrible en la pequeña pantalla, ni es la primera vez que Juego de Tronos decide enseñarnos el dedo corazón y darnos la vuelta al estómago. Pero si algo consigue la muerte de (no diré el nombre) es engañarnos de la manera más sencilla y a la vez más compleja posible, esto es, a través de personajes repugnantes que juegan, presumiblemente, en un tablero cuyas reglas son el honor, la honestidad y el caballerismo.

Y nosotros, como espectadores, disfrutamos historias bajo esas reglas, bajo la bandera del "los buenos ganan", "los malos se llevarán su merecido", "si muere el protagonista, lo hace al final", etcétera. Luego llegan monstruos como Joffrey y te dan una señora patada en tus partes bajas, y te recuerdan que Juego de Tronos va por otras reglas: o ganas o mueres. Y el momento puede ser cualquiera.

Y los que hemos leido los libros sabemos que a partir de ahora habrá baños de sangre.