Cita Iniciado por Marsalis
No voy a entrar en tu juego.
arguazo, amigo, estás perdiendo facultades de polemista: ya no provocas como antes

De Valladolid? eso me alaga, pero no es asi, incluso (y no me gusta) me
esa hache distraída no es digna de ti, marsalis, ni de tu prístina prosa castellanizante: treta baja y pertinaz: insisto, apuesto ancestro o similar de valladolid (más difícil me resulta dacres, pero eso es por el laconismo borgiano que practica, y practica bien; todo se andará, no obstante)

ahora bien, no niego mi inclinación hacia el barroco (o dioses, quevedo, tú sólo eres un idioma), y en eso arguazo gana de largo

por seguir pues en la bronca, y por desdecirme y por pedante, pues que cito y me contradigo, y a ver quién es el listo que emplaza la cita:

«La desfachatez de Lasca, amén de grotesca, ni siquiera es original: en algún lugar del siglo XVI y en plena anarquía expresiva propiciada por la imprenta, ya Ludo Vero, encomiable latinista, plagiario fiel y poco más, infería agravio semejante a sus colegas de dialecto sobre la palestra de la Sorbona: «Vosotros —declamaba en un rapto de cólera— vosotros, fementidos, que redactáis nociones elevadas en lenguas bastardas, vosotros, confidentes, que divulgáis la sabiduría en hablas romances, vosotros, desertores, que insultáis la lírica en germanía. ¡Qué indignidad! ¡Qué amasijo! ¡Qué Babel de cretinos! ¡Qué desmedro! ¡Qué Beocia! Sabed que un idioma vale por lo que se dice en él, tanto como los que se entienden con él y no menos que lo que valen quienes dicen y se entienden en él. De esto se sigue que los idiomas se autorizan por sus clásicos, ya sean literatos, científicos o pensadores. Admitamos, pues, que existen idiomas superiores, por la misma razón que siempre hubo y habrá hombres superiores. La condición afectiva del ser humano impone equivalencias que el talento no acata, ¿cómo podría?».
Fuera aparte del estilo y de la frase final —que a no dudar suscribimos—, y fuera aparte de sus múltiples contradicciones, es evidente que Lasca y Vero convergen en algo más que en las formas. Tan evidente como que el latín, con toda su superioridad expresiva y su incalculable lastre de genios, es hoy una lengua muerta —y por desgracia, también enterrada. Tan evidente como que los espumarajos del propio Vero nos resultan inteligibles sólo porque accedemos a traducirlos. Inexplicable destino a la luz de los soberbios argumentos vertidos en la reseña, y con los que Quevedo, afortunadamente, tiene muy poco que ver.
Defender la pureza de un idioma es como defender la pureza de la hembra: condenarse al tedio y a la extinción. Enarbolarlo como seña de identidad es sencillamente un acto de torpeza mental —tanto valdría jactarse del color de los ojos, o de un guiso popular: lo realmente valioso, el talento y sus logros, no compiten, comparten, impregnan. Porque quizá una lengua no valga lo que sus intérpretes, quizá una lengua no valga nada: verbalizar un hecho no lo hace más real o más cierto, si acaso únicamente concede carta de naturaleza a su observador. Pero el observador deviene tan pasajero como sus comentarios. No se es más humano por hablar, ni por hablar este idioma o esa jerga, ni por hacerlo en igual registro que aquellos que ya no pueden respondernos. Eso los necios. El hombre es un ser efímero, juguete de un universo dantesco: y sus palabras, el más efímero de sus artificios. Sólo el silencio es eterno.»

y me voy a la cama que la nena ya ha hecho su pis y todos felices y una noche más en semiblanco: jodida paternidad, e irrepetible: leches, si pudierais ver con qué ojos me mira... , sí, ya sé, supongo que con los mismos que a vosotros


abrazos, a cualquiera, en cualquier idioma