Ah, que recuerdos.
Aquí las canicas eran boliches, y el gua, gongo. Supongo que por lo de encrucijada entre tres continentes y eso. Las había de barro vitrificado, cristal con bonitos alabeos de colores en su interior y más tardiamente las de porcelana vitrificada y pintadas, mucho más valiosas. Se cambiaban 4 ó 5 a una. Las grandes de cristal eran las bacotas, casi del tamaño de una pelota de pig-pong, o de un huevo de jmml por si es más fácil hacerse a la idea.
Recuerdo a Ruth, mi primera novia, dándonos piquitos en la última fila de la guagua, micro que decíamos entonces por lo de microbus, camino o a vuelta del cole, agachados para que no nos viera Toñi, la celadora, tan joven y ya con más mala leche que un gato capado. El resto de la guagua nos jaleaba, expectantes, y cuando asomábamos, colorados como tomates, hacíamos como que a otra cosa, puesto que la Toñi podía optar en sus dias buenos por separarnos 10 filas, oh insufrible distanciamiento, o darnos cuatro berridos y castigarme al lado del conductor, como si el pobre hombre fuera culpable de algo. En los dias malos soltaba las manos como látigos, por supuesto siempre y exclusivamente a mi, y nunca recuerdo carajo que ni mi madre ni mi padre se preocuparan porque llegara a casa con sus cinco dedos perfectamente marcados en mi carita. Algo habrá hecho, pensarían.
Mi colega el "mirinda", un golfo mayor que yo muy adelantado para la época, que no estudiaba y estaba de aprendiz en un taller de motos, me esperaba por las mañanas hasta que me subía a la guagua y me hacía el obsceno gesto de pasar frenéticamente su dedo índice por el círculo formado por el índice y pulgar de su otra mano cuando me veía por los cristales sentarme al lado de mi jugosa Ruth. Luego me esperaba por la tarde, y cuando me bajaba del micro me preguntaba ¿qué? ¿te la follaste hoy o no?. Ante mi negativa ponía una cara de decepción que me mataba. Qué importante parecía eso de follar con 9 ó 10 años. Hasta el dia que, transgrediendo todas las normas, me colé en un despiste de la "seño" de turno en el recreo en el baño de las niñas, con puertas tipo oeste, para poder ver todo, con mi adorada Ruth. No bien había empezado a desabrochar un par de botones de su blanca camisa de uniforme, y la puerta que se abrió y la firme mano de la seño que me arrastró al despacho del director, donde recibí una folía de órdago. La segunda cuerada me la dió el viejo, creo que más que nada por cumplir, o para evitar que el padre de Ruth, urgentemente convocado como el mio ante tal situación de crisis, se cebara conmigo por intentar forzar la virtud de su preciosa hija. Nunca me quedó muy claro. Ni tampoco quien fué el/la chivato/a. Decidí entonces dejar lo de follar para mejor momento y situación, pese a las continuas recriminaciones del "mirinda".
Y ahora que el crio ya se durmió en mis brazos, perrera de dientes el pobre, caigo en la cuenta de que son las 4:22, que me he dejado llevar por la dulce y a la vez cruel nostalgia, que mañana es laborable y de que llevo media hora escribiendo con un dedo. A ver que le cuento yo a éste cuando tenga 9 ó 10 años. Supongo que le mentiré y le diré que iba a misa, respetaba a las niñas -bueno, eso no es del todo incierto- y era buen estudiante. Ay, cuanto buen legado va quedando por el camino...
Saludos