En mi continua búsqueda de las más modernas y novedosas obras del género, me he encontrado por cortesía de Amazon Prime con dos agradables sorpresas, una del año 1920 y otra del 1945. Dos míticas (e irrepetibles) películas basadas en dos obras literarias legendarias; el Extraño caso del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde de Robert L. Stevenson y el Retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. Escritos con una diferencia de apenas cuatro años (1886 la del escocés y 1890 la del irlandés), enraizadas en el mito Faustiano que adquirió su máxima expresión en la versión de Goethe (aunque no creada por él). Dos de los relatos universales que más influencia han tenido en la historia, la filosofía, la psicología y el arte. Se puede decir que ambas narraciones beben de las mismas aguas, una contemplada desde la ciencia y la otra desde lo sobrenatural. La dualidad entre el bien y el mal, el conflicto entre moral y deseo irracional, y otro de los aspectos que siempre me han parecido más fascinantes, la impunidad como frontera ética, ¿es el miedo a las consecuencias el freno a nuestras apetencias más inconfesables?. Como decía Federico las personas son más proclives a comprometer su conciencia que su reputación. Un tema recurrente que se extiende hasta nuestros días, desde Westworld hasta todas esas obras basadas en mundo virtuales donde la gente campa a sus anchas sin restricciones de ningún tipo.

El Jeckyl y Hyde del año 20 (que dicho sea de paso no fue la primera versión cinematográfica del mito) es una experiencia tremendamente sobrecogedora. Es una película muda con una realización cinematográfica totalmente escueta , planos generales, medios o medio cortos sin movimientos de cámara, picados o contrapicados. Visto desde nuestros ojos podría parecer un Story Board con viñetas animadas y textos indicativos. Este film ha pasado a ser una de las referencias cinematográficas de todos los tiempos por la increíble actuación de John Barrymore. Su escena de la transformación en Mr. Hyde es legendaria, sin uso de maquillaje ni efectos especiales, mediante contorsiones faciales y una técnica entre la pantomima y el mimo como nunca se había visto. Cuentan las crónicas que se fracturó la mandíbula en una de las tomas de su transformación. En cualquier caso el nivel de iniquidad, crueldad y abyección que imprime al personajes es inigualable, mientras que su representación del Doctor parece inspirada en un Dorian Grey. Por algo se consideraba su perfil una de las representaciones más excelsas de la belleza masculina que ha dado el cine, casi una figura de Tiziano. Es fascinante ponerse en la piel de un espectador del año 20 visionando esta obra.

Me considero un gran seguidor de este relato y sus múltiples versiones. He visto varias, aunque todavía no he tenido la oportunidad de disfrutar de la de Robert Mamoulian del año 31 (un hito en los efectos especiales de la transformación) y un par de títulos de la Hammer que se me antojan muy apetitosos; “Doctor Jeckyl y su hermana Hyde” y “Las dos caras del Dr. Jeckyl” (de Terence Fisher). Aquí también hay que hacer una mención especial a la versión del año 41 protagonizada por Spencer Tracy, Ingrid Bergman y Lana Turner, quizás la versión más freudiana de todas, donde entre sus cuatro protagonistas (Jeckyl, Hyde, Ingrid Bergman y Lana Turner) se teje una tela sadomasoquista con algunas escenas memorables (Tracy fustigando a Bergman y Turner como si fueran yeguas de tiro !!!).

La curiosidad no resulta aun de la versión del año 20 es la presencia del compositor Edgar Varese como agente de policía.

Esta es la escena del prostíbulo/bar de tapas donde aparece la perturbadora y enigmática presencia de la actriz Nita Naldi.



Saludos