El acto de nombrar puede ser arbitrario, pero no inocente: cada palabra entraña un significado que, con el tiempo, deviene en prejuicio. El primer hombre que dijo «agua» ignoraba que el hielo y el vapor también eran agua. Y muchos de sus descendientes se negaron a asumirlo. El primer hombre que dijo «dios» verbalizó uno cualquiera de sus miedos. Aun desvelado, ese miedo permanece hoy porque permanece su nombre, y hay quienes matan y mueren por conservar intacta su existencia. «Palabras sagradas»: ¿cabe expresar un enunciado más contrario a la razón que ése? Un vocablo, que es un suceso aleatorio, que es una mera herramienta, y que se sobrepone al objeto o a la idea que designa. ¿Imaginas a un matemático rindiendo culto al cero? ¿Imaginas a otro, siervo y discípulo del siete? ¿Imaginas a ambos enfrentados a sangre por la supremacía? Me repugna: puedo entender una pasión, pero no puedo entender una adhesión: la primera saca al hombre de sí mismo, lo sublima, la segunda lo encadena no a una cosa ni a un concepto, lo encadena al símbolo con que esa cosa y ese concepto se representan. Demencial.