Parece que nos vamos desnudando un poco. Entrañables historias jmml y arguazo. Y como siempre en vosotros desarrolladas de forma impecable y envidiada.

Yo también soy ateo, algo teníamos que tener en común don jmml.
Lo soy desde que tengo uso de razón. Evidentemente no con los mismos argumentos ni reflexiones, pero desde pequeño ya negaba la existencia de dios, no en público, por miedo, pero si a mi mismo. Y fue de hecho en las jornadas de catequesis previas a la comunión cuando llegué a la determinación de aceptar que eso era lo que pensaba, que ese era mi convencimiento y que debería actuar en consecuencia. Bronca de mis padres, que por cierto no son creyentes, por no querer hacer la comunión… y argumento irrebatible para que la hiciera: “Qué dirá tu abuelo?” Mi abuelo, mi héroe de la infancia y de la preadolescencia hasta que un repentino infarto se lo llevó. Mi abuelo, que viajó por medio mundo y al que disfrutaba escucharle sobres los detalles de cada viaje. Mi abuelo, que me enseñó a disfrutar de la lectura, a preguntarme sobre cualquier cosa: por qué, cómo, quién… Un nacionalista vasco con tal respeto por las demás creencias políticas como no se ve en la actualidad a ningún político y menos a un nacionalista. Mi abuelo no me hubiera obligado, pero la sola duda de defraudarlo era superior a mis inicios como ateo.

Siempre he estudiado en colegios e institutos públicos, nada de internados. Siempre he asistido a las pertinentes clases de religión y siempre han contribuido a reafirmar mis ideas, tanto por los contenidos como por los que los aportaban.
Cuando uno llega a ser ateo tras una continua reflexión, tras preguntarse y contestarse a uno mismo, cuando recibe enseñanzas cristianas y las evalúa, cuando uno se convence de eso que piensa, uno siente cierto grado de soledad, desamparo, miedo. Siempre digo que mi mayor desgracia es ser ateo. No por no tener modelos de conducta a seguir; la moral no tiene por qué circunscribirse a una religión, esto es evidente, sino por buscar las respuestas a las eternas preguntas: de donde venimos, a donde vamos... Y sobre todo por la sospecha de las respuestas que puede encontrar. Y entonces en vez de “estudiar algo de provecho que me ayude a ganarme la vida”, como me sugería mi padre con buen sentido y sobre todo práctico, uno se plantea estudiar filosofía o biología para buscar respuestas. Y se decanta por lo último y lo hace en la Universidad de Navarra, del OPUS, por supuesto. Y aprende mucho, la verdad, y se especializa en genética y microbiología, y se “traga” tres cursos de teología, intensos y esclarecedores y de mucha ayuda.


Finalmente uno llega a las respuestas, al menos aquellas que a él le sirven para negar la existencia de un dios y para responder a las eternas preguntas. Y entonces uno se da cuenta de que esas respuestas son sólo para él. No intentará utilizar esas respuestas y esos argumentos para convencer a nadie. No callará unas cosas y expondrá su posición, pero jamás los utilizará para convencer a su mujer, a la que quiere.
Porque ella tiene algo que admiro y lamento no tener. Ella cree, pese a la jerarquía eclesiástica. Ella tiene una esperanza y otros argumentos que le aportan algo que yo nunca tendré. Es cierto que la verdad os hará libres. Pero ella tiene otra verdad y otra libertad que le aportan una esperanza que yo nunca podré tener… es mi eterna desgracia, la misma que siempre he buscado argumentar.
Y qué, si uno piensa que ella está equivocada. Jamás le quitaría esa esperanza, esa posibilidad de reencuentro, ese puntito extra de alegría de vivir y sin sometimiento a Roucos y demás que deplora.

Porque la quiero, quiero que siga creyendo, como lo hace, sin sometimiento. Vaya paradoja.



Saludos