Cita Iniciado por fenomeno Ver mensaje
Hazme un resumen de la sección de motor. Porfa.
Ya te hago yo el resumen, pero de lo que pone el articulo en cuestion :

Probablemente, los padres de la Constitución de 1978 concibieron como una idea noble y bella la defensa de la cultura catalana por parte de políticos catalanes que, como Tarradellas, no suponían una amenaza para la unidad de España. En realidad, ninguno de ellos acertó a vislumbrar los problemas derivados de esta cuestión porque nadie era capaz, en las circunstancias de la Transición, de comprender lo que podría ocurrir años más tarde.

Tarradellas no defendía idea independentista alguna y debemos añadir que tampoco abrazaba ninguna clase de revanchismo ni de victimismo.

Cendrós era uno de los fundadores de Òmnium y se definía a sí mismo como “Un nazi catalán que piensa que todo lo que se haga por matar castellanos es bueno”. Òmnium se financiaba a través de exiliados en Francia y América Latina, lo cual le otorgaba un cierto protagonismo en el exterior que aumentaba la desconfianza de Tarradellas.

Durante el franquismo, tan solo algunos grupúsculos catalanes aislados defendían la idea de una Cataluña independiente, el resto de fuerzas político-sociales no lo hacían no porque fuera impensable concebir algo semejante en esa época, sino porque la prioridad en aquel entonces era restaurar la legalidad democrática en toda España, algo que llevaría implícito el restablecimiento de un cierto nivel de autogobierno que, de forma obligatoria, tendría entre sus misiones la preservación de la cultura catalana en todas sus formas. La independencia, pues, no constituía prioridad política alguna.

Tarradellas detestaba profundamente a Pujol: en 1985, cinco años después de la primera victoria electoral de CIU, definió a su Gobierno como una “dictadura blanca muy peligrosa”. El origen del conflicto entre los dos líderes no fue la clásica batalla de egos tan frecuente entre personas carismáticas: Tarradellas, pese al buen entendimiento que surgió entre ambos cuando se conocieron el 20 de marzo de 1970 en Francia, supo advertir el futuro que esperaba a Cataluña en manos de semejante mesías, aunque, a buen seguro, nunca fue capaz de sospechar a qué grado de latrocinio iba a llegar el patriarca del clan-al que luego se unirían sus hijos con entusiasmo-, quién, además, convirtió a Cataluña en una región en la cual era imposible llevar a cabo ningún proyecto económico de alcance sin pagar antes soborno a los dirigentes de CIU.

El propio Santacana dice algo enormemente significativo hablando de la primera entrevista entre los dos políticos: “Ese primer encuentro marca su relación, pues mientras el joven Pujol se dedica a hablarle de historia, de la guerra civil, el viejo Tarradellas quiere hablarle de futuro y el*president*en el exilio se verá defraudado”.

Ni siquiera una persona de la lucidez de Tarradellas hubiera podido anticipar en su totalidad toda la cadena de despropósitos protagonizada por las élites de CIU, siempre fieles en su seguidismo hacia las consignas y actitudes de Pujol, que ya entonces y de forma más o menos explícita apuntaban al supremacismo, a la discriminación y al racismo. En su increíble grado de fanatismo y cerrazón, los nacionalistas llegaron a despreciar a Dalí, al cual ignoraron por completo en la exposición Cent anys de cultura catalana, celebrada en Madrid en 1980, tan solo unos meses después de la llegada de Pujol a la presidencia de la Generalitat. El llamado “comité de expertos” decidió no mostrar ninguna obra del inmortal genio de Figueras porque este consideraba a los nacionalistas catalanes una panda de catetos. Dalí no tiene en Barcelona ninguna avenida, calle o plaza a su nombre, algo que resulta difícilmente explicable. En 2015, la muestra itinerante de Dalí que acogió el Museo Reina Sofía de Madrid y que se cerró con más de 700.000 visitas (París, la otra sede de esta exposición, acabó la muestra con 800.000 visitantes), no pasó por ningún lugar de Cataluña. En el Museo de Historia de Cataluña, en el área dedicada al siglo XX, no figura Dalí ni tampoco el escritor Josep Pla, el autor más leído en catalán, que también despreciaba a los nacionalistas. Cosas del fanatismo de quienes no pueden admitir que se puede ser catalán sin ser nacionalista. Pla murió en 1981 sin ser reconocido en una Cataluña que ya comenzaba a discriminar institucionalmente a quien no militara en un nacionalismo intransigente.

la mentira histórica-tan publicitada por los medios cercanos al nacionalismo-de la guerra de “secesión” de 1714, que en realidad fue de sucesión. Es preciso tener una osadía muy grande para deformar hasta ese extremo un conflicto internacional como el de 1714, que la historiografía nacionalista manipula hasta el delirio con el fin de definir al español como un ser sanguinario y traidor, omitiendo que, tras la jura de los Fueros catalanes en 1701 por parte del rey de España, Felipe V, es Cataluña, en 1704, la que hace un viraje radical al apostar por el archiduque Carlos. Por cierto, que ya entonces el rey Felipe V había aprobado la concesión de puerto franco para Barcelona y el establecimiento de privilegios para la ciudad con el fin de facilitar el comercio catalán con América.

multitud de medidas que a lo largo de la historia fueron aprobadas desde Madrid con el fin de que los productos catalanes se vendieran en los mercados coloniales y para que Cataluña fuera claramente favorecida en detrimento de otras regiones de España: desde mediados del siglo XIX, el Estado apoyó la industrialización de Cataluña, algo absolutamente decisivo en el desarrollo de la región y en la creación de riqueza y cultura. A Cataluña se le otorgó un monopolio en la industria textil a través de aranceles proteccionistas que convirtieron a España en su mercado obligatorio porque estas normas triplicaban el coste de los productos textiles procedentes de Inglaterra.

la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas en julio de 1882, ley que obligaba a los puertos de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, considerados nacionales a todos los efectos, a consumir productos catalanes. Al mismo tiempo, los productos extranjeros fueron gravados con un arancel de entre el 40 y el 45%, medida que frenó las importaciones del exterior que eran más baratas y que contuvo a los empresarios catalanes hasta que estos forzaron al Gobierno a aprobar el Arancel Cánovas de 1892, por el cual se dificultaban aún más las importaciones procedentes de otros países. Nada nuevo bajo el sol: ya en 1755, en tiempos de Fernando VI, la ciudad de Barcelona había recibido el privilegio real del comercio con las islas menores de Las Antillas.

escrito en 1839, Stendhal registra sus impresiones después de viajar de Perpiñán a Barcelona: “Los catalanes quieren leyes justas, a excepción de la ley de aduana, que debe ser hecha a su medida. Quieren que cada español que necesite algodón pague cuatro francos la vara, por el hecho de que Cataluña está en el mundo. El español de Granada, de Málaga o de La Coruña no puede comprar paños de algodón ingleses, que son excelentes, y que cuestan un franco la vara”.

Incluso Franco, en 1943, estableció mediante decreto que sólo Barcelona y Valencia podían realizar ferias de muestras con carácter internacional. Este privilegio se extendió durante 36 años, hasta 1979, sólo entonces, Madrid pudo organizar su feria internacional.




Saludos