6:45 de la mañana de un lunes cualquiera de 1993~. Como cada jornada me levanto y voy derechito al baño siguiendo a mi desesperado pito en su urgente búsqueda del vater. Lavado de cara y rumbo a la puerta de la casa, donde recojo la bolsa de pan que diariamente deja colgando del pomo el panadero. Este curso son nueve panes (¿Y dónde gasta usted tanto pan si sólo son cuatro en casa? se atrevió a preguntar el panadero al hacerle el encargo. En gazpacho y migas, atiné a decirle, mientras pensaba que aquel fulano perfectamente podía haber encajado en la entonces recién extinta RDA). Preparo el desayuno de mi mujer y los críos mientras escucho la radio. Observando a los somnolientos niños desayunar, en ocasiones con mas desgana que otra cosa, y siempre achuchándolos para que se den prisa, que pierden el autobús, doy gracias a la vida por poder mantenerlos y cuidarlos.
Entretanto preparo los bocadillos, doce medios en total. Dos para mis hijos y diez que mi mujer llevará a su trabajo en el colegio. Cada mañana la misma punzada de inquietud, la misma imagen de niños sin desayunar que se duermen sobre sus mesas de pura inanición, esa que puedo ver en los ojos de mi mujer, endurecida después de tantos años, tantos niños, tantos colegios. Pongo una loncha más de mortadela en cada bocata. Les da el bocadillo a escondidas de los demás, manteniéndolos en la clase cinco minutos cuando suena la sirena del recreo mientras los otros corren a jugar y comerse su bocata o su bollicao, para evitarles la vergüenza. Familias desestructuradas, drogadicción, maltrato, pobreza. Cada niño es una historia. Cada historia un drama. Uno, que en ocasiones presume de haberlo visto casi todo, no está preparado para eso. No con los niños, inocentes de todos los males de los adultos pero víctimas verdaderas de los mismos.
Mañana toca nocilla, mi mujer dice que es lo que mejor se comen.
Han pasado veinte años y leo que en muchos lugares de esta país vuelve a repetirse la historia. Que algunas comunidades ofrecerán desayunos gratis para los escolares, que hay un problema real de desnutrición infantil, que no hay conciencia real del problema, ni soluciones efectivas, ni dinero...
Un auténtico país de mierda.