Sigo insistiendo en el paralelismo del número de abortos con el de accidentes de tráfico: ninguna campaña, mensaje o spot publicitario han tenido éxito hasta que se han acompañado de medidas coercitivas que ayuden a la reflexión personal.

Claro que aquí nos enfrentamos a un grave problema moral, mientras ahora todo vale para salvar vidas humanas de los accidentes de tráfico, el aborto sigue considerándose como un mal menor e incluso la solución a un error momentáneo y disculpable, sin preocupar las implicaciones éticas, morales ni, por supuesto, penales que tenga un acto de este tipo.

De todas formas, me cuesta un mundo no entrar en el fondo de la cuestión, y ceñirme sólo a valorar las molestias, traumas o frustraciones que puede suponer para una mujer el (su) acto de abortar, mientras despreciamos la otra parte, que suele salir bastante peor parada.