[RIO DE JANEIRO. ESTADIO MARACANÁ. INTERIOR DEL VESTUARIO DE LA SELECCIÓN ESPAÑOLA MINUTOS ANTES DE COMENZAR EL CRUCIAL ESPAÑA-CHILE]
Hace calor. Huele a linimento y a réflex. Se oyen ruidos de esparadrapo, alguna palmada y un par de gritos de ánimo no muy convincentes que se pierden a medio camino. Afuera, el rugido de Maracaná. Palpitante. La sensación en el vestuario es rara. Hay cruces de miradas perdidas. Flota en el aire ese inconfundible aroma de la inseguridad. El aroma del miedo.
El partido contra Chile está a punto de comenzar y los jugadores hace 20 minutos que no ven a Vicente Del Bosque.
Dónde cojones se ha metido el míster, se preguntan con la mirada los capitanes.
De pronto se abre una puerta. Y entra
Del Bosque. Se detiene el ruido del esparadrapo, las palmadas y los vamos, vamos. Se hace el silencio.
No se oye ni el vuelo de una mosca. Solo el leve tintineo del fluorescente que ilumina a duras penas el lóbrego vestuario.
Del Bosque lleva un traje que le queda ligeramente holgado.
Parece algo más flaco. Unas ojeras malvas subrayan sus ojos cansados. Su camisa azul está empapada en sudor a causa de la insoportable humedad. Lleva el nudo de la corbata algo desaflojado.
Permanece de pie un minuto. Sin decir nada. Sin pestañear. Mirando al infinito. Mascando lentamente.
De pronto, escupe al suelo del vestuario una sustancia de un marrón parduzco. Saca del bolsillo de la chaqueta un bote de tabaco de mascar, se introduce un montoncito en el labio inferior y comienza a hablar en un tono de voz bajo.
VICENTE DEL BOSQUE
He visto muchas cosas, hijos. Cosas que algunos no creeríais.
Conquisté Europa con Iván Campo de central. Cayó a mis pies el Teatro de los Sueños de Old Trafford. Fui coronado rey en el Parque de los Príncipes de París. Entrené a Zidane, a Ronaldo y a Perica Ognjenovic. Sí, al Átomo. Vi marcar en Munich un gol a Geremi, desde fuera del área, al Bayern de Stefan Effenberg cuando Koke aún no se había hecho su primera paja. Bailamos entre vuvuzelas de la muerte en Johannesburgo. Libramos la cruenta Batalla de Kiev por mantener el trono en Ucrania y salimos vencedores.
[Hace una pausa. Saca una petaca del bolsillo interior de su chaqueta. Desenrosca el tapón y le pega un trago largo. Unas gotas de whisky perlan su poblado mostacho]
He visto muchas cosas, maldita sea.
Me hago mayor. Tengo más años que un camino y me estoy haciendo viejo ya para todo este rollo de la estrellita, el marquesado, vivir en bucle el minuto 116 y los Iniestas-de-mi-vida. Estoy cansado de recorrerme el mundo evangelizando a buenos salvajes rousseianos en el tiki-taka y asqueado de toda esa filosofía barata de marca de salchicha y los otros 200 anuncios que hacemos por mes.
Si ni siquiera me gusta el yogur.
[Sacude la cabeza y una sonrisa sardónica se le dibuja bajo el bigote]
Pero hay algo de lo que jamás me canso: de ganar.
Ganar, ganar y ganar. Y después, ganar.
Y que os quede una cosa clara: la estrellita aquí no tiene jurisdicción. No vayáis por ahí como el sheriff que entra en un burdel del Oeste creyendo ser la jodida ley. Porque los brasileños juegan en casa y tiene 5 como esta.
[Agarra de la pechera a un despistado Albiol en cuyo rostro se puede adivinar el miedo al ver la mirada hueca de Del Bosque]
Si vamos a jugar a las estrellitas, Brasil es la jodida Vía Láctea.
[Suelta a Albiol, que sale llorando del vestuario]
Así que se acabó.
Se acabó bajar los brazos como ante Holanda y dejarse arrastrar por la corriente. Se acabó no meter la pierna. Se acabó dar pábulo a las plañideras y los que nunca creyeron en nosotros. Se acabó pedir perdón, quejarse al árbitro y echarnos las culpas los unos a los otros. Se acabaron los despistes y las faltas de concentración. Se acabó eso de darse un abrazo entre risas con Robben en el descanso como si esto fuera una excursión de Boy Scouts.
Se acabó todo eso.
Hay que bajar al barro.
Si queremos diamantes, no queda otra que ponerse el casco y bajar a la mina.
Y llegar antes. Llegar antes a todo. Llegar antes a los balones, a saludar al árbitro, a sacar de banda.Pulgada a pulgada. Quiero que ganemos hasta el sorteo de campo. ¡Quiero elegir balón, campo, viento, ley de la botella y que Chile juegue con petos!
[Hace una pausa. Se oye su respiración entrecortada y algo agitada mientras las aletas de su nariz se mueven. Se acerca a la puerta y, de repente, la arranca de sus goznes de una violentísima patada karateka. La puerta de madera sale disparada y el ruido del estadio se hace aún más ensordecedor. Paradójicamente, el silencio dentro del vestuario es sepulcral.
Sergio Ramos cuchichea a Fábregas: “Quillo, no veía algo así en un vestuario desde que a Pepe le hicimos un spoiler de 'True Detective'”]
Maldita sea. ¿Oís eso? ¿Lo oís? Es el puto Maracaná. Es la historia que os está esperando. Hasta mi nieta, que no sabe siquiera si Pelé es blanco o negro, tiene en su universidad un aula enorme que llaman Maracaná. ¿Y sabéis por qué? Porque es donde se hacen los exámenes importantes. Donde se fragua la historia.
[Los jugadores comienzan a venirse arriba. Un murmullo de aprobación se instala en el vestuario]
¿Lo oís? Decidme, ¿LO OÍS?
[Maracaná bulle. Los jugadores ya están todos en pie. Gritan al unísono que sí mientras se arremolinan alrededor del míster]
Y ahora escuchadme bien.
Podemos irnos todos a casa, a tomar el sol en la playa y ver el resto del Mundial desde la tumbona. Pero, ¿sabéis qué? La televisión me aburre, mi mujer no me aguanta y he oído que las mejores caipirinhas las ponen en un bar de Copacabana donde las mujeres bailan como si les prendieran fuego a sus faldas desde el mismísimo infierno.
Así que podemos dejar que nos echen de la fiesta nada más llegar opodemos irnos como hemos hecho hasta ahora: cuando enciendan las luces y solo quedemos cuatro gatos maullando a la luna.
No sé si llegaremos a la final. Poco importa ahora. Lo único que sé es que de los sitios hay que irse con dignidad.
No va a ser un camino fácil, hijos. Hace calor, nos quedan 90 minutos de fuego cruzado y los mosquitos son como aviones ahí afuera. Pero nadie baila claqué sobre la cuerda floja como nosotros.
Y ahora salid ahí fuera y demostrad que lo importante no es caer sino aterrizar.
[Los jugadores empiezan a gritar. La rabia se apodera de unos a otros con la rapidez de un virus letal. Vuelven las chispas en las miradas. Piqué sigue poniéndose esparadrapo. Alguien se pone a aullar como los soldados de Leónidas en '300'. Ramos comienza a tocar palmas. Albiol recupera el color en la piel. Enfilan el túnel de vestuario. Salen al campo. La gloria les espera]
Del Bosque se queda completamente solo en el vestuario. Disfrutando esa extraña soledad en medio de tanto ruido.
Toma aire y, con las manos en los bolsillos, comienza a enfilar el túnel de vestuarios mientras silba la melodía de 'El puente sobre el Río Kwai'.