Jerry González

Ayer sesión de jazz en vivo con ocasión de la vuelta de Jerry González a la sala Clamores. Lleno clamoroso por ser viernes y muy buen ambiente.

Según dijeron, el pirata boricua es siempre puntual, por lo que volvió a llegar tarde como de costumbre. Todo un personaje este Jerry, auténtico trovador exiliado y maldito. Obstinado, golpea las tumbadoras sin piedad, mientras sus fuerzas lo permitan. Tras las gafas de luto deja entrever una sonrisa de felicidad ajena, con ese hilo de sudor surcándole las mejillas, como si hubiera visto la luz. Con los metales es puro llanto; la pose encorvada, el instrumento apuntando al suelo y las pausas entrecortadas para tomar aliento. Emocionante y melancólico en los tiempos lentos, su trompeta te lleva irremisiblemente a Miles Davis.

El resto de la formación es muy muy caliente. Siento no haber logrado descifrar sus nombres en boca de tan inefable bucanero.

Tremendo el pianista, pequeño pero matón. Sus solos no se sabe si los carga el diablo, Changó o el mismísimo Olodum. El bajista de aspecto latin lover, extrovertido maestro de ceremonias, se retuerce con los latigazos de su bajo eléctrico e improvisa versos de punto, como en el guagancó final ofrecido como bis. Bis que se hizo de rogar, ya que en palabras del citado bajista, el maestro estaba “recargando aire”.

Por último, el percusionista reparte unas hostias de campeonato sin que decaiga ni un instante su sonrisa de niño travieso. Su instrumental consiste en batería, cajón, timbal y tumbadora. La suma de estos juguetes se asemeja a una locomotora y así el tipo pasa las noches entretenido. Reseñar que en el tema previo al bis fue relevado por El Piraña, quien junto con Niño Josele han reunido su arte flamenco con el Caribe de Jerry.