Un día de estos, analizando los tres partidos del Camp Nou, le daremos tantas vueltas al asunto para tratar de explicar cómo se pueden despreciar tantas ocasiones en el estadio que incluso podríamos llegar a concluir que el Barça ha perdido con el Hércules, ha empatado con el Mallorca y sólo ha podido ganar al Sporting... porque juega demasiado bien. Porque, defendiendo siempre el estilo, se recrea en el juego olvidando, muchas veces, el marcador. La competición pura y dura que exige un instinto asesino que el equipo tiene pero que no muestra.
Y sí, es una manera de verlo. Convencido de que ganará a quien se le ponga por delante, seguro de que todo es cuestión de tiempo, el Barça, efectivamente, elabora tantísimo su fútbol que en ocasiones, como sucedió ante el Mallorca, puede parecer que el juego consiste en meterse dentro de la portería contraria con el balón en los pies.
Y en la sublimación de la excelencia, da la sensación de que todo el mundo prioriza el último pase en vez de dar un paso adelante para pegar el tiro de gracia. Un exceso de confianza que debe corregirse y que se está pagando caro, porque no siempre se encuentra, por más que se busque, otra oportunidad más que acabe decidiendo el partido.
Hay que cerrarlo antes, es cierto, pero también es verdad que esto siempre ha sido así. El Barça, el de los ocho títulos en dos temporadas y el que ha goleado a rivales de máximo nivel, juega como juega éste y sólo si un día deja de hacerlo sabremos valorar, en su justa medida, lo mucho que ha hecho este equipo y lo muchísimo que todavía es capaz de hacer.