En efecto, el Madrid tiene un problema
El problema del club madridista no es el Barça, ni Guardiola, ni Messi ni la generación de La Masia
Hay algo que resulta evidente, lo quiera o no detectar Florentino Pérez: el Real Madrid tiene un problema. Y no es el Barça. Ni por asomo. Tampoco Pep Guardiola, creánme. Ni siquiera Leo Messi. O toda la generación de La Masia incluida.
Disfrazar lo que le ocurre al Real Madrid con cualquiera de esos argumentos o excusas es falsear su auténtico problema.
Cuentan quienes rodean o han oído hablar a lo largo del último año a Florentino Pérez que, en efecto, se cree todas las patrañas que le vende José Mourinho. Y se cree, por supuesto, que existe una persecución global contra el Real Madrid, el glorioso Real Madrid. Persecución que puede, sí, que empezase por el Barça, hasta que lo cazó y derribó con una lluvia de títulos y fútbol, pero que se ha acrecentado cuando la UEFA frenó el comportamiento de Mou y el público empezó a decantarse por el juego vistoso, armonioso y solidario del Barça.
A eso el Real Madrid respondió con desplante, protestas, conferencias de prensa retadoras, despidos de la gente sensata como Jorge Valdano y, sobre todo, acrecentando su soberbia, su chulería y el desparpajo que le ofrecían gentes como Mou, Cristiano Ronaldo o Sergio Ramos y convenciendo a varones como Karanka o Casillas de que la persecución era una realidad. De poco sirvió que su fútbol fuese creciendo y hasta estuviesen a punto de derrotar, de nuevo, al Barça, esta vez en la Supercopa de España.
No,
el dedo de Mourinho en el ojo de Tito Vilanova reflejaba que los guapos, los ricos, los buenos se habían vuelto definitivamente locos. Y, en el camino hacia la pérdida total de lógica, de cordura, de sensatez, se habían convertido ellos, ellos solos, en los únicos seres que envidiaban al otro mundo, el que representan los demás.
Es evidente que el Real Madrid es el más guapo, lo ha sido siempre. Y el más rico, ahí están las administraciones ayudándoles a generar más ingresos. Y que son buenos, buenos de verdad sobre el césped. Pero no es menos cierto que son tan envidiosos que incluso han intentado cegar a los rivales, con el dedo o con querellas, con demandas, con declaraciones incendiarias.
Y, encima, se preguntan por qué caen tan mal.