Un hipotético referéndum sobre la autodeterminación de Cataluña debe ser votado en toda España, por la sencilla razón que primero sería necesario cambiar la Constitución, y ese cambio debería ser ratificado obligatoriamente por todos los ciudadanos españoles.

Un reférendum consultivo, con una pregunta parecida a "¿Estaría a favor de revisar la Constitución para introducir el derecho de autodeterminación de Cataluña?, se puede hacer también en el conjunto de España, o solamente en Cataluña.

A mi modo de ver, planteado con las condiciones técnicas apropiadas, con un plazo razonable de tiempo (nunca menor a un año), y en condiciones políticas apropiadas (pactado entre todos los actores principales), es una buena herramienta para arrojar luz sobre los siguientes pasos. Por ejemplo, si sale un 47% de síes y un 53% de noes, pues nos olvidamos del asunto en unos cuantos años (que también se pueden pactar en las condiciones previas). Si gana el sí, pues tenemos que seguir negociando a ver como es posible encajar el resultado en una reforma de la Constitución que permitiera, con el tiempo y si así lo aprueban todos los ciudadanos españoles, un reférendum de autodeterminación.

Lo fundamental, más allá de si la herramienta del referéndum consultivo es útil, o no, es que tenga lugar en un ambiente de negociación, de respeto a la ley, y de abandono de la unilateralidad. El movimiento soberanista debe prescindir de la fantasía de la legitimidad del uno de Octubre, de las leyes de Septiembre, y de la proclamación de independencia. Ese acto de aventurerismo político, sólo puede conducir, finalmente, a una derrota como la que ya han sufrido, o a la violencia y a una situación de guerra civil, pues nunca va a ser aceptado por el gobierno central, ni por el aparato del Estado: jueces, policías, fuerzas armadas,... Como contrapartida, se precisa un ambiente de serenidad, sin plazos, sin urgencias, y donde se negocie con la necesaria tranquilidad sobre estos temas. El lugar más lógico para ello es el Congreso.

La pretensión de alcanzar una solución permanente para el problema catalán, es loable, pero poco realista, desde mi punto de vista. Es un asunto que, de una manera u otra, lleva coleando desde el siglo XVII. La aprobación de la Constitución de 1978 ofrecía una base para ello, pero que se ha revelado, una vez más, como un espejismo. Sin embargo, en mi opinión, fue un gran logro, que mantuvo su utilidad durante más de cuarenta años. Esa sería mi aspiración, un plazo razonable, un nuevo pacto donde todo el mundo se sienta igual de cómodo, o igual de incómodo, y que aleje la perspectiva del enfrentamiento armado, donde todos perderíamos, pero especialmente los propios catalanes.