País de mierda.

Hace unas semanas pasé por el bello municipio maresemenco de Montgat Notd, antes conocido por Monsolís. Lo de bello, lo siento si alguno es de allí, lo digo con ironía, y es que aunque le hayan lavado la cara con cuatro rotondas con césped y lo que debe ser la obligación de pintar las fachadas de las casas de la principal y única avenida, el Camí Ral, de colorines, me sigue pareciendo un erial deshabitado en el cual te puede aparecer un hambriento zombie devorador de sesos y lanzarse a tu yugular. El uso de sus vías por mi parte se debe a que es un atajo para no dar una larga vuelta por una zona que al ser un nudo de rutas, resulta peligroso para los que vamos en moto por si alguien a cuatro ruedas despistado le da por cruzarse cuatro carriles de golpe para no saltarse la salida correspondiente.

Pues un zombie no, pero el ayuntamiento sí que se me lanzó instalando un improvisado palote con un radar de discreto tamaño y color blanco para pasar más desapercibido en la pared de la finca adyacente.

Yo, que siendo una persona tirando a tranquila al volante -manillar en este caso- me fui un poco con el puño derecho y alcancé la hiperlumínica velocidad de 67 km/hora en una zona, y especialmente a una hora, en la que no pasa ni Cristo a recoger la zapatilla que se dejó, y para los que no hayan pasado nuca, se puede describir fácilmente como ancha y de buena visibilidad. Así, tuve mis 15 minutos -o serían 15 milisegundos- de gloria y los flashes iluminaron mi oronda figura, con la desgracia de que mi larga cabellera al viento no tapaba la matrícula de mi burra en ese preciso instante.

Aún así, acepto mi culpa y es de suponer que sin estas sanciones, cada vez iríamos apurando más el límite no ya de lo permitido sino de lo lógico y seguro, y que las autoridades, lejos de ánimo recaudatorio velan por nuestra seguridad. Gracias, Sr García Arrocha por su impagable trabajo.

Lo que me deja patidifuso es la cifra que me suelta mi madre al teléfono: 300 leurazos del ala. Puntos parece que no me quitan, pero creo que me los tendrán que dar allí donde termina la espalda de la ventosidad que solté. Y sí, me lo dicta mi santa progenitora porque la multa ha llegado, tras unos 23 años de mi marcha de la casa que me vio crecer en la -esta vez sí- bella población maresmenca de El Masnou, a esa dirección y no a la que estamos yo y mi motocarro de tres ruedas empadronados. En la ciudad condal, a tres pasos de la Plaza de Españ-ña! La moto ha sido adquirida recientemente y con toda seguridad se dieron los datos de Barcelona ciudad para hacerle la ficha, así que...

Para más inri, acaba de llegar la notificación y sin embargo el plazo para pagar el 50% se acaba ¡MAÑANA! Así que raudo y veloz me dirijo de nuevo a Ca el Pare i la Mare (que me parió) con el marcador a unos vertiginosos 49Km/h, no vaya a ser que me caiga otra. Me adelantan un par de tortugas que van fumándose un pitillo y Albert Casals desde su silla de ruedas me saluda cual Fernando Alonso haciendo pole en Montmeló, pero no voy a cejar en mi empeño de ser un ciudadano ejemplar.

Tengo esta vez la precaución esta vez de utilizar un tramo más de autopista y bypassear el precioso pueblo costero, del que ahora con menos inquina recomiendo su playa precisamente por lo poco transitada. Creo que a partir de ahora mis retinas no gozarán del cautivador paisaje montgatino y me tendré que conformar con un aún más desagradable tramo de autovía, pero todo sea para evitar tamaño sablazo al menor despiste.

Tras arrebatar de las manos de mi compungida madre el maldito documento, retomo de nuevo mi montura cual Miguel Strogoff y parto, no sin antes saquear en forma de fiambreras congeladas la despensa, asegurándome viandas para las próximas semanas. Si me parió, que me alimente.

No tengo que atravesar Siberia para llegar a mi destino y la única Nadia que me encuentro me pide 50 euros y la cama, pero ha valido la pena.

A la mañana siguiente, nervioso, analizo el documento en mi puesto de trabajo. A solas, escondiéndome, avergonzado casi diría, descubro que soy un "infractor grave". Muy por encima de Urdangarín y a tan solo un punto de un proxeneta. No acabo de compartir la gravedad del asunto, pero ¿quién soy yo para discutir con las altas esferas de la gesitón de tráfico? He pecado y acepto mi castigo, que para eso fui criado como cristiano. Ronaldo no, los otros.

Ya sin más dilación, me decido a cancelar esta infamia de mi impecable currículo, para lo que la generosa adminstración no es parca en opciones: Puedo hacer un ingreso en metálico en la cuenta 2100-XXXX-XX-XXXXXXXXXX de La Caixa (la nostra, viscaaaaa!), o si lo prefiero una transferencia, mientras indique el número de incidencia. También dispongo de una dirección de correo electrónico donde puedo dejar mis datos y número de tarjeta o cuenta bancaria, así como un fax con la misma finalidad. Abrumado por tal despliegue de medios, me decido por la más humana, un teléfono, 902 of course en la que seré atendido, espero, por una persona.

Observo no sin curiosidad como ante tal abanico de opciones para abonar el importe de la sanción, la oferta para recurrirla no es tan extensa. Básicamente se reduce a ir descalzo desde la tierra media a Mordor con el dinero en la boca y preparar una pócima con sangre de moza nunca mancillada, saliva de dragón y unas gotas de belladona para romper el hechizo del funcionario que nos atienda. Está jodido el tema. Como tampoco es mi intención luchar contra Matrix, agarro el teléfono lleno de esperanza y decisión.

Tras una pelea con el robot contestador que ni Koji Kabuto en sus mejores días, logro que me pasen con un operador. Alabado sea Stevie Wonder! Si bebes no conduscas.

Tras darle matrícula del vehículo, número de incidencia, nombre y apellidos, NIF y número de la tarjeta VISA me carga los 150 que tanto me han costado ganar y me pregunta si deseo algo más. Aparte de que me los devuelva con intereses, cosa que dudo vaya a pasar, decido aprovechar, ingenuo de mí, la ocasión para cambiar mi dirección en su base de datos con efecto de que si algún día el señor feudal quiere ejercer su derecho de pernada o algo, sepa donde encontrar a su dispuesto vasallo. Pero no, los dioses ya habían decidido mi destino de incertidumbre:

-Sí, bueno, por alguna razón (igual domicilié el impuesto de circulación del taca-taca y no lo recuerdo) tenemos la dirección de sus padres en el ordenador.

-Qué me dice???, pero yo le doy la nueva y así la cambia.

-No. Es que por la ley de protección de datos, por teléfono no podemos cambiar nada.

-Ah! Vaya por Dios.

-Claro, entienda que usted, podría no ser usted.

-Ah, vale. Entonces corríjame, pero por la ley de datos no puede cambiar mi dirección, ¿pero sí puede pedírmelos todos mis otros datos, incluyendo mi tarjeta VISA y usarlos para cargarme una pasta que dado que es de débito ya no tengo en mi cuenta mientras hablamos? ¿Es eso?

-Sí, jeje. Es eso.

-Vale, pues gracias y buenos días.

-Buenos días. No cuelgue ya que ahora le pedirán una valoración sobre la atención que le hemos dado.