Por consiguiente, más allá de la discusión «guerracivilista» sobre la validez o no
del triunfo del Frente Popular, lo que puede establecerse con toda seguridad es que la
entrega del Poder a la coalición de izquierdas se hizo no solo antes de que se
verificara el escrutinio oficial, sino antes también de que se conociera, oficiosamente,
si esta obtendría una mayoría parlamentaria. La supuesta victoria en las urnas que
tanto se había publicitado hasta entonces sirvió en realidad para otorgar, a posteriori,
legitimidad electoral a lo que había sido un cambio de gobierno sostenido,
exclusivamente, en la decisión personal, y constitucional, del jefe del Estado.
Eso no
quiere decir que los resultados del Frente Popular fueran un mero subproducto del
fraude, como proclamarían sus adversarios comenzada ya la Guerra Civil.
De hecho, esta coalición obtuvo, hasta el 20 de febrero, más escaños que cualquier otra
agrupación de partidos.
Sin embargo, el resultado que, a ciencia cierta, dieron las
urnas el 16 de febrero se convirtió, en virtud de las manipulaciones posteriores al día
19, en una incógnita.