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Es un error mayúsculo, de los que se pagan durante mucho tiempo, que la condición esgrimida sea la derogación de las leyes que protegen a las mujeres de la violencia (presumo que se refieren a las normas aprobadas al respecto por el parlamento andaluz, con el voto favorable de sus próximos socios de mayoría).
Es un estupidez exigir eso porque, aun en el caso de que lo consiguieran –lo que no sucederá-, la Ley nacional permanecería en vigor en Andalucía y el Gobierno de la Junta estaría obligado a cumplirla en todos sus extremos. De hecho, no hay en las normas andaluzas ninguna garantía sustancial que no esté ya contemplada por la ley estatal..
Se dirá que la bravata tiene intención propagandística, destinada a satisfacer a aquella parte de la sociedad que recela de las llamadas “políticas de género” (horrible jerigonza que designa a las medidas que impulsan la igualdad entre sexos y protegen específicamente los derechos de las mujeres). Pero si es así han errado el tiro, porque hasta los más encarnizados adversarios de la llamada “discriminación positiva” se detienen ante la evidencia de las mujeres agredidas y asesinadas por el cavernario instinto de posesión.
Mucha gente lamenta los supuestos excesos del feminismo y de las políticas públicas que lo promueven. Pero no he escuchado a ningún ser civilizado, hombre o mujer, reclamar que se deje de combatir la violencia contra las mujeres; y si alguno íntimamente lo deseara, se cuida de expresarlo en voz alta, porque es de esas cosas que no pueden explicarse en el siglo XXI sin ser visto como un cafre.
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John Churton Collins aconsejaba no tomar como maldad lo que puede ser explicado como estupidez. También la estupidez, cono la derecha y la izquierda, puede ser extrema. Es el caso.