Comentaba en privado que es estamos todos abrumados por la tragedia, por su magnitud, por su cercanía y por tener tras sí una causa no natural.

Cuando la catástrofe se debe a la fuerza incontrolable y difícilmente previsible, como un terremoto o un tsunami, parece que la muerte entendida como parte del ciclo de la naturaleza ha actuado como es ella, de manera imprevisible para muchos a un tiempo. Su dureza se enmarca en la realidad de lo natural, facilitando para todos, personas y sociedad, su aceptación, su comprensión.

Pero cuando el momento de la muerte adelanta su tiempo por una decisión humana, y no por un error, que es en sí parte de la naturaleza, sino por una decisión imprudente, su aceptación es más dura, a la tragedia, a la aceptación de la pérdida se enfrenta la desazón de saber que era prevenible (si los sistemas de control humano y técnicos funcionasen) y evitable, esto hace que el dolor no se pueda dirigir hacia la aceptación de lo que somos, un destello momentáneo de vida.