Con todo, ahora que arrecian los torpedos contra la base de flotación de la Iglesia y especialmente contra su cúspide con el Papa a la cabeza —al que algunos medios y firmas periodísticas ya hacen responsable directo de ocultamiento de determinados casos de pederastia, y hasta puede que de incitación a la misma—, una carta de Marcello Pera (publicada el pasado 17 de marzo en Corriere de la Sera con el título Un’aggressione al Papa e alla democracia), quien fuera presidente del Senado italiano y prestigioso profesor universitario de Filosofía de la Ciencia (y reconocido agnóstico), nos pone al descubierto la perversa intención de cierta progresía y de cierta masonería —en declaraciones expresas, uno de sus adalides, con ocasión de un acto propio de la masonería en Europa, no ha dudado en declarar que el cristianismo en general y el catolicismo en particular son el enemigo a batir— de aprovechar el río revuelto de la pederastia para sacar tajada o ganancia; esto es, para degradar la autoridad moral de la Iglesia católica a base de intoxicar la opinión pública internacional haciéndola creer que ser sacerdote o religioso católicos es sinónimo de pederasta en ciernes o en potencia, por causa y efecto perversos de la represión sexual a la que es sometida la persona del religioso consagrado por la ley del celibato.
Todos los terminales mediáticos progres, ad intra y ad extra de la Iglesia, cargan las tintas y en ocasiones tiran a dar, a base de apuntar a la Iglesia católica como única responsable de todos los casos de pederastia habidos y por haber, al tiempo que así no sólo quedaría descalificada la Iglesia, sino impedida para cualquier tipo de iniciativa social. Sin embargo, aún reconociendo que la estadística no debe suponer emoliente alguno ante el deshumanizador drama de la pederastia, es de justicia, máxime pensando sobre todo en las víctimas de la pederastia y también en las injustas agresiones que está recibiendo la Iglesia católica «en su conjunto» por culpa del pecado y el delito de algunos de sus hijos, no dejar pasar que
en la civilizada Alemania, de 210.000 casos registrados de abusos pedófilos o pederásticos, «sólo» 94 son imputables a sacerdotes y religiosos católicos (0,0447%) Una proporción ínfima ciertamente en comparación con la realidad existente, si bien, repitamos, no hay excusa posible, no hay lenitivo posible ante el drama humano que conlleva el ser víctimas de esa clase de abusos sexuales.
Pero si la verdad de los hechos canta, no es de recibo ocultar la verdad de que, siguiendo con los casos conocidos en Alemania, en los últimos decenios, en un gremio como el de los profesores, al que pertenece quien estas líneas escribe, se han registrado ¡más de 5.000 casos! Reconozcámoslo por tercera o cuarta vez: no hay ni consuelo ni justificante posible en el hecho de que hayan sido solamente 94 los sacerdotes y religiosos católicos declarados culpables de esos execrables delitos y pecados, ni consuela —ni nada ni suficiente, no consuela—
que los casos comprobados a nivel mundial sean 300, en un colectivo de casi 500.000 miembros, entre sacerdotes diocesanos, religiosos y religiosos sacerdotes. Sólo que —y repito, yo soy docente—, las sí mucho más altas cifras de casos de pederastia registrados en el colectivo de los profesores alemanes, ¿acaso nos ha de llevar a suponer, por la misma regla de tres aplicada para los casos imputados a sacerdotes y religiosos católicos, que todos los profesores alemanes son unos pederastas?
Me figuro que no. Y desde luego, si especial delicadeza con los niños y las niñas y adolescentes y jóvenes en general deben tener los sacerdotes y religiosos católicos encargados de la educación de aquellos y aquellas, no menos delicadeza deben tener para los mismos o similares educandos los profesores. ¿Qué están más obligados los ministros de la Iglesia católica a predicar con el ejemplo de un comportamiento honesto y casto precisamente porque han asumido, se entiende que libremente, unos compromisos, votos o promesas de pobreza, castidad y obediencia? Sí, sin duda, y a fe de las estadísticas, parece que es así, al menos en lo concerniente a los abusos sexuales a menores, por parte de la inmensa mayoría de los sacerdotes y religiosos católicos. Por lo demás, y aunque los profesores por su condición de laicos no están en principio obligados a guardar la castidad celibato —más allá de las convicciones personales al respecto de cada cual—, sí están obligados a ser honestos y respetuosos con los educandos que les son encomendados; empero, en Alemania, y sin obviamente pretender entrar a juzgar aquí y ahora cada caso —cosa que, no solamente no debo sino que es sencillamente imposible—, la friolera de ¡más de 5.000 casos registrados de abusos sexuales a menores perpetrados por profesores!
Sobre el particular anterior, recuerdo ahora que en un IES en el que hace años yo impartí clases, un profesional de ese centro de estudios, que ni siquiera pertenecía al cuerpo de profesores, solía presumir de que en los «buenos tiempos» de ese mismo centro, lo más normal era que hacia el final del curso profesores y alumnos menores de edad organizaran fiestas en las que corría el alcohol, los porros y una cierta liberalidad sexual entre algunos profesores, por tanto adultos, y algunos alumnos y alumnas, por tanto, menores. De modo que uno no puede sino preguntarse qué es lo que hace que en esos casos las posibles relaciones sexuales entre un adulto y un menor sí quepa aplaudirlas o siquiera tolerarlas y en otros casos no. ¿Que en unos casos son consentidas y en otros son forzadas? O sea, que de ser así, lo malo no es el ejercicio libérrimo de la sexualidad sino la sexualidad no consentida, obligada.
Volviendo a la Iglesia, no pasemos por alto el dato de que se han investigado hasta 3.000 casos posibles de pedofilia, efebofilia y pederastia, de los cuales 300 han sido probados. Sin embargo, ese 10% de casos confirmados es suficiente para dar pábulo a una suerte de campaña-acometida contra la Iglesia católica, en la que, acaso por aquello de que el Pisuerga pasa por Valladolid, se termina arremetiendo contra el celibato, el Papa…